Artigo de Daniel Álvarez*, Trainer ICC de España, en el blog ‘Universos’
Las emociones perturbadoras, fuentes de la sabiduría
Fragmentos de “Las cosas como son” de Lama Ole Nydahl
Los estados mentales difíciles de dominar, vistos en otras religiones o visiones del mundo como “pecaminosos” o “antisociales”, son utilizados por el Buda como un camino consciente para el desarrollo interno de sus estudiantes. Mediante una serie de métodos eficaces, que se vienen convirtiendo cada vez más en fuentes para la psicología y filosofía modernas, se transforman las emociones perturbadoras en las sabidurías que les son inherentes. Desde el nivel más alto de sus enseñanzas, el Camino del Diamante, uno aprovecha incluso el poder que subyace en ellas como combustible para la iluminación.
Aquí se muestra la inconmensurable multiplicidad de la mente. Las enseñanzas del Buda describen 84.000 estados de conciencia condicionados y velos de la mente que conducen a acciones y palabras torpes. Dichos estados aparecen mediante las diferentes combinaciones de cinco emociones perturbadoras principales: ignorancia, orgullo, apego, celos e ira. A veces se cuentan también seis emociones perturbadoras que producen los seis reinos de existencia, y en ese caso separan el apego y la avaricia.
El Buda aconseja un método de tres pasos para vencer a estos enemigos que, aunque imaginarios, son muy tenaces. Como base se desarrolla en el Camino Angosto una atención interior, de modo que uno se vuelva consciente desde la aparición misma de los estados difíciles. A partir de allí se evitan las condiciones que por experiencia ocasionan emociones perturbadoras, lo que impide los dramas. Esto nos proporciona un tiempo valioso y simplemente intercala un paseo cuando de otro modo uno hubiera perdido la visión.
Como segundo paso, uno entiende en el Gran Camino la esencia pasajera, condicionada y compuesta de toda emoción perturbadora. Cinco minutos antes no estaba ahí, y de acuerdo con la experiencia, cinco minutos más tarde habrá desaparecido de nuevo. No tendría sentido entonces seguir ahora a un sentimiento que está en constante cambio y comportarse de acuerdo con él. Mediante el conocimiento de que la vivencia de los no meditadores depende principalmente de su propio humor, uno puede ganar la libertad de crear su vida según su propio deseo. El que percibe correctamente una emoción perturbadora es como un científico que investiga y reconoce el patrón subyacente, y le retira cada vez más a esos estados su poder de convicción. También resulta muy útil comparar la propia situación vital con la de los demás.
Así desaparece de inmediato toda autocompasión cuando uno se acuerda, por ejemplo, de cuántas personas viven y sufren en África. Con frecuencia pensamientos tales como: ¿Me gustaría cambiarme con él? o yo tengo que aguantarlo sólo por cinco minutos, pero él tiene que aguantarse a sí mismo todo el tiempo, pueden quitarle el aguijón a encuentros desagradables. Mediante esto puede uno, con mayor frecuencia cada vez, regalarles experiencias de retroalimentación compasivas a personas difíciles. Los budistas en general son conscientes del hecho de que los seres se comportan en forma equivocada más por ignorancia que por maldad. Puesto que con seguridad no es la primera vez que se encuentran (el “culpable” se ocasiona a sí mismo grandes daños para el futuro, mientras que su “víctima” suelta mal karma acumulado anteriormente) uno hace desde la compasión lo mejor para ambas partes y a más largo plazo.
Por lo tanto, en el Budismo se cuenta con la estupidez o confusión dentro de las emociones perturbadoras, siendo incluso la causa de todas las demás. Esto no resulta obvio de inmediato, pero si uno considera los resultados de esos velos mentales, se vuelve comprensible. Con frecuencia ocasiona uno sufrimientos indeseados a los demás, porque no pudo uno apreciar las consecuencias hasta el final. El que tantos seres humanos bien intencionados fallen en sus esfuerzos radica en su incapacidad para ver lo que realmente es. Cuando uno simplemente se relaja en el espacio, ve cómo la confusión se basó en la experiencia errónea de separación, y aparecen la inspiración y la claridad. Aún quien no entiende ni la física cuántica ni los 16 planos de vacío de todos los fenómenos que enseñó el Buda, experimenta mediante el centro ganado una transformación de la estupidez en madurez humana. De igual modo, quien no tiene tiempo o posibilidades para realizar largos estudios, no tiene por esto que renunciar a la riqueza de la vida. La mente trabaja en forma total y ágil, y con el Buda no se trata del número de libros leídos, sino simple y llanamente de la experiencia de vida. Entonces, si uno entiende la estructura de las enseñanzas en general, medita según las instrucciones recibidas y sigue el sentido común en vez de la “corrección política”, va por buen camino. Mientras menos energía y tiempo se les dedique a las situaciones difíciles, tanto mejor. Entonces ya no estamos distraídos por tanto tiempo de lo que es significativo, y el continuar se logra con mayor facilidad. A menos que uno esté bajo estrés emocional, seguir la idea de primer pensamiento, mejor pensamiento, en la mayoría de los casos brinda el mejor resultado. Si uno permanece en el flujo de la vida y observa la causa y el efecto, las capacidades que se desarrollan a partir de la experiencia propia sustituirán a los conceptos erróneos.
La tendencia a querer agregar algo al “yo” imaginario para alcanzar de ese modo una felicidad duradera, conduce al apego limitante, cuyo antídoto liberador es la generosidad. Estos campos de experiencia (los más importantes para los seres humanos) del apego, la codicia y la avaricia, permiten (ojalá siempre) buenas relaciones kármicas procedentes de vidas anteriores para que se puedan compartir con otros, los deseos interpersonales para alegría de ambos. También debe uno acostumbrarse a desearles a los demás lo que para uno mismo es difícil de alcanzar. Ellos son incontables y por lo tanto, más importantes que uno mismo. Igualmente es significativo estar conscientes de lo pasajero de toda atracción condicionada como el antídoto contra deseos insatisfechos. Sólo la iluminación es felicidad intemporal y definitiva, y realmente tiene muy poca importancia si uno es conducido a la tumba en un Mazda o en un Mercedes-Benz.
La función protectora del “yo”, que se siente como aversión, ira y odio, es privada de su fuerza mediante el amor y la compasión. Cuando aparece la ira, uno debe hacerse consciente de ella rápidamente. Si existe el peligro de una erupción inmediata, se lucha mejor contra ella mientras está todavía iniciándose. En caso contrario, uno guarda distancia y evita la situación. Lo más inteligente es no actuar o hablar en un momento de ira. Es mejor comportarse como un perro grande que no necesita ladrar porque es suficientemente fuerte. Si se consideran con cuidado, los adversarios son más confusos que malvados y, además, tienen que aguantarse a sí mismos día y noche. Por encima de ese sufrimiento, propinarles un puntapié sería muy poco leal. Para el bien de todos uno debería, con entendimiento, encontrar la disposición para quitarle fuerza a la ira, aprender en el transcurso y después olvidar el asunto lo más pronto posible. Como puede resultar difícil, procuran algunos, en especial las mujeres, hablar para liberarse del sufrimiento. Uno no debe dejar que esto se le convierta en una costumbre, pues ésta conduce fácilmente a la soledad.
La idea de ser mejor que otros conduce al orgullo. Igualmente puede uno relajarse en este campo. Con seguridad en el mundo hay alguien más rápido, más fuerte, más inteligente o que da más atención en el amor. Por eso, el antídoto más apropiado aquí es recordar la naturaleza búdica de todos los seres. También es importante saber que el cielo y el infierno ocurren entre las orejas o las costillas de los seres, o donde se suponga que esté la mente. Si uno ve a los demás como excitantes e importantes, esto sólo produce alegría, mientras que si siempre saca a la luz sus defectos, se volverá mentalmente pobre. Siempre estará en mala compañía, y tanto uno mismo, como los demás, comprobarán una menor tendencia a desarrollar las propias habilidades. Simplemente, el ser humano determina mediante su propio punto de vista si el vaso está medio lleno o medio vacío.
La creencia de que uno mismo tiene más derecho al mundo que otros, conduce a la envidia o a los celos. La envidia es un enemigo especialmente tenaz; se puede alimentar de todo, pero también puede sobrevivir perfectamente sin alimento. Con frecuencia actúa en la mente en forma subliminal durante un lapso prolongado. Uno tiene entonces el tiempo suficiente para observarlo bien y entender cómo aparece y actúa. Por lo tanto, este sentimiento es un conejillo de indias de primera para el propio desarrollo espiritual, pues su influjo muestra claramente qué tanto se ha desprendido ya nuestra conciencia de las imágenes. Yo conozco aquí una sola cura, pero que da de inmediato un buen respiro: se desea para la persona a la que se envidia tanto de aquello que ocasiona la envidia, que haga saltar cualquier imaginación y alcance el nivel de los cuentos de hadas. O sea, autos tan grandes que sean difíciles de estacionar, la misión más emocionante en la vida, cientos de chicas hermosas o de jóvenes apuestos cada noche y la salud para poder disfrutar de todo esto. Si de hecho fueran sólo dos, uno puede fortalecer más los buenos deseos.
La corona de la transformación de las emociones perturbadoras es, en el tercer nivel del Camino del Diamante, el dejar entrar al ladrón a una casa vacía, donde no pueda encontrar nada. Uno maneja el sentimiento como una mala película en la televisión, a la que no se le sigue prestando atención. Así permanece uno con terquedad frente a lo que ya se propuso, y deja que el mal humor se marchite por falta de reconocimiento y energía.
Mientras se logra cada vez más éxito en esto con los años de práctica, con asombrosa alegría se le vuelve a uno evidente que las emociones perturbadoras no se disuelven simplemente en el océano de la mente, sino que emergen de nuevo en su forma intemporal, justamente como las cinco sabidurías liberadoras. Los estados difíciles proveen la base para esto, similar a las basuras que se transforman en abono. Donde estuvo antes la mayor perturbación, se desbordará hoy la mayor riqueza.
De esta forma aparece la comprensión cuando la ira que agotó sus fuerzas se disuelve de nuevo en la mente. Uno lo percibe todo de una manera tan clara como si se reflejara en un espejo, sin agregarle ni quitarle nada. El orgullo excluyente se transforma en la experiencia de la multiplicidad y de la riqueza de todas las cosas. El apego se vuelve sabiduría que discierne, la capacidad de entender los acontecimientos tanto individualmente como formando parte de una totalidad. La envidia y los celos, siempre ocupándose en secreto en adelantarse en el pensamiento o pegarse a lo pasado, se convierte en la cortante sabiduría de la experiencia, y hasta la confusión se disuelve en la sabiduría que todo lo penetra. Uno sabe debido a que no está separado de nada, debido a que el espacio y la energía están unidos a todos los tiempos y lugares. Donde al disolverse las emociones perturbadoras se sintió una autoliberación de la mente, y uno fue capaz de percibir su transcurso desde una distancia segura como libre juego, queda un mar de satisfacción. Los estados internos que por tanto tiempo parecieron grandes enemigos aparecen ahora como fuentes de poder. El trabajo con el polvo de carbón produce ahora hermosos diamantes.