Artigo de Daniel Álvarez*, Trainer ICC de España, en el blog ‘Universos’

Las emociones de alta vibración I. Tocando lo sublime.

Un relato de ficción para el desarrollo personal.
Daniel Álvarez Lamas

El hermano Juan me había prometido explicarme su perspectiva sobre las emociones. Este monje fue un destacado antropólogo, que realizó diversas investigaciones sobre las emociones que él consideraba sublimes: la bondad, el amor, el gozo y la ecuanimidad. Se basaba en una amplia diversidad de autores, así como en sus propias experiencias personales con el arte y la meditación.

Yo había encontrado su obra por casualidad. Un amigo que le conocía me prestó uno de sus libros descatalogados, gracias al que pude darme cuenta de la profundidad de su investigación. No paré hasta que mi amigo nos presentó. El hermano Juan fue muy amable y accedió a tener una conversación conmigo.

Llegué temprano al monasterio. Quería escuchar la misa cantada de las nueve. No encontré a nadie en la recepción, así que me dirigí a la cripta. Caminando por aquellos corredores, pensaba que los monjes benedictinos no tienen miedo de los visitantes. Hay pocas cosas materiales que robar. La suya es una riqueza de paz y de serenidad…

Los cánticos de aquellos monjes me conmovieron. Eran de tal belleza que me inundaban sentimientos de amor y de gozo. Al final de la misa, los monjes salían ordenadamente hacia sus quehaceres diarios. El hermano Juan me vio y se acercó a saludarme.

– Hola Luis ¿Cómo estás? – me dijo.

– Pues todavía con la piel de gallina, Juan ¡Es maravilloso escucharos! – le respondí.

El hermano Juan se rió sin darse importancia, alegre porque yo estuviera tan emocionado.

– Imagino que vienes para conversar – continuó.

– Sí, hermano Juan – respondí-. Muchas gracias por recibirme. Quiero saber más de esas emociones de alta vibración de las que hablas en tus libros.
– Por supuesto, Luis – repuso, con una sonrisa .- Ya te dije que eso fue hace ya tiempo, pero ya sé que cuando se despierta tu interés, nada te puede parar.
– Jaja. La verdad es que tienes razón.
Su sonrisa era muy contagiosa. Contenía una alegría similar a los cánticos de la misa.

– Muy bien, Luis. Creo que tengo un ratito antes de barrer el comedor. Podemos hablar allí mismo. Ven conmigo.

Seguí a Juan hasta el comedor por un laberinto de pasillos por los que se movía como pez en el agua.

Nos sentamos en una de las mesas, Juan se concentró durante un momento y comenzó a hablar con una mirada cálida y serena.

– ¿Me permites que grabe nuestra conversación? – comencé.

– Por supuesto – contestó – ¿Por dónde quieres que empecemos?

– Pues, sencillamente… ¿Cómo se generan esas “emociones de alta vibración”? – pregunté.

– Muy bien – murmuró, con un gesto pensativo, antes de comenzar a hablar -. Verás, Luis, las emociones son, como sabes, un fenómeno animal. En realidad, son la principal ventaja evolutiva de los mamíferos en general sobre las demás especies.

– Lo sé, Juan – respondí. – Sentir una diversidad de emociones significa un gran avance respecto a sentir únicamente el binomio dolor-placer.

– Exactamente – asintió. – Pero lo realmente importante para entender mis estudios es que la raza humana ha llevado esta ventaja hasta su máximo exponente. Tanto es así, que las emociones evolucionan dentro del ser humano a lo largo de su vida, haciendo que se convierta en un animal casi divino.

– Ahá – musité, casi boquiabierto por la seguridad que mostraba.

– Cada etapa de la vida tiene sus propias emociones – continuó -, aquellas que aprendemos a utilizar. En la infancia y juventud nos centramos en las emociones básicas: miedo, sorpresa, enfado, asco, alegría, tristeza y desprecio. Las descubrimos en toda su intensidad y las aprendemos a manejar para conseguir nuestros propósitos. Aprendemos cuándo debemos reprimirlas y cuándo son adecuadas para alcanzar lo que deseamos.

– ¿Quieres decir que aprendemos a manipular? – inquirí.
– Exactamente – respondió, e hizo una pausa mientras me miraba divertido -. Pero no te equivoques: éste es un paso básico en la socialización, no es nada malo… En nuestra juventud aprendemos las normas de la sociedad y cómo sobrevivir en ella. Las emociones son nuestra herramienta y ahí comenzamos nuestro aprendizaje para gestionarlas lo mejor posible.
– Entiendo. En nuestra juventud nos parece que reina la ley de la jungla y nos adaptamos lo mejor que podemos – dije, en tono de broma.
– Jaja. Ni más ni menos – respondió -. Después viene la siguiente etapa de la vida: la de la empatía – prosiguió. – Nuestra madurez comienza cuando descubrimos que detrás del juego emocional que hemos aprendido en la juventud existe una necesidad profunda, la de confiar. La puedes distinguir en los demás y la sientes dentro de ti. Eso te impulsa a escuchar de forma más profunda a los demás y a no quedarte solo en que la otra persona haga lo que a ti te interesa. Deseas comprenderla para encontrar puntos en común y establecer una relación de confianza.
Te conquista el deseo de crear un espacio de comprensión mutua, una sensación de comunidad con los demás. Te das cuenta de que en ese espacio de confianza te sientes más seguro, de forma que incluso estás dispuesto a ceder parte de “tu libertad personal” para conseguir esa seguridad en común.

– Entiendo – repuse. – Esto es lo que nos lleva a actuar de forma parecida a los demás. No solo aprendemos a seguir la norma social, sino que nos convertimos en partidarios de ella. Nuestro deseo de generar comunidad se convierte en la necesidad de que todos nos sometamos al clan, incluidos nosotros mismos. Esto me cuadra.

– Exactamente, Luis – contestó. – De ahí surge una consecuencia fundamental para el asunto de nuestra conversación: la norma común establece cómo “debemos” comportarnos y sentirnos en cada momento. Es decir, hay una forma común de sentir las emociones. Si no las seguimos nos sentimos culpables – completó Juan. – Esto es una parte fundamental de lo que se llama el “control social”.

– Claro – contesté -, durante esa etapa “social” toman todo el protagonismo emociones como la culpa, la vergüenza y la decepción cuando alguien no actúa o se siente “como debería”. El reproche del entorno es la vía del control social.

– Sí. La conjunción de la socialización junto a nuestro desarrollo mental hace que el ser humano pueda sentir emociones “sociales” como la envidia de lo que otros tienen, el orgullo personal o de pertenencia, los celos por poseer el aprecio de otra persona,… – añadió Juan. – Ellas son el germen de la sociedad.

– Claro. Dicen que los mamíferos tienen las emociones básicas, ¡pero éstas seguro que no! – dije yo.

– Sí, Luis. ¡Una ventaja más que tienen! – repuso, sonriendo -. En realidad, estas emociones son el cemento de nuestras relaciones sociales, las cuales forman un sistema prodigioso al que llamamos sociedad. Ése es el sistema al que entregamos nuestra libertad personal.

– ¿Y en dónde encajan las emociones de alta vibración? – inquirí.

– Ese es el siguiente paso en la evolución vital – continuó, con su tono sereno. – Comprender plenamente a los demás y la confianza que te da convivir en sociedad te lleva a la plena madurez mental. Con ella, poco a poco, vas encontrando una nueva dimensión con la que antes no contabas en absoluto: el mundo interior.

– Entiendo – repuse. – Gracias a la madurez mental, te comprendes más a ti mismo y vas descubriendo una enorme riqueza interior.

– En ese mundo interior descubres emociones maravillosas, Luis. Un inmenso tesoro – continuó, con un tono más intenso. – En tu juventud, las emociones eran como una marea que te arrastraba con una fuerza indomable, la calma de la madurez te permite disfrutar profundamente de las emociones más sutiles, que yo resumo en cuatro: la bondad, el amor, el gozo y la paz. Los budistas les llaman las cuatro inconmensurables, aunque las definen como compasión, amor, alegría y ecuanimidad. Al final, es lo mismo.

– Hmmm. – repuse, pensativo. Miraba al hermano Juan pero no le veía. Estaba inmerso en un mar de sensaciones, representándome ese mundo emocional que el monje desplegaba ante mí con tanta precisión. Él también estaba como en trance, evocando en su interior todo aquello que estaba explicando.

– En ese camino interior, llegas a sentirte como si estuvieras en la mesa de un restaurante de alta cocina, degustando los platos más exquisitos, las delicatessen más selectas. Con el tiempo, tu mayor propósito es el de sentir esas emociones tan sutiles como intensas. Llegas a disfrutar casi continuamente del estado de alta vibración en el cual habitan esas emociones.

– Uao! Eso suena muy fuerte – exclamé – … Y lógico a la vez.

– Sí, Luis – dijo, mirándome directamente a los ojos, con su sonrisa beatífica. – Es la lógica del corazón, la más poderosa, porque ese estado de alta vibración tiene una consecuencia en nuestra mente: la clarividencia. Las emociones más básicas provocaban nuestras reacciones inmediatas. No permitían pensar con claridad. Con el estado de alta vibración, todo ese ruido y esa oscuridad desaparecen. Las emociones de alta vibración aumentan nuestra percepción en un escenario limpio, de forma que alcanzas un grado de intuición antes inimaginable. Se produce lo que podríamos llamar el despertar de la sabiduría plena. Comprender todo en su naturaleza más profunda se convierte en algo natural.

Y Juan se levantó. Se diría que la charla había terminado.

– Y ahora, si me disculpas, debo barrer el comedor antes de que vengan a prepararlo para el almuerzo – dijo, cogiendo el escobón que había en una esquina.

– No me puedes dejar así, Juan – le respondí, levantándome también.

– No te preocupes. Podemos seguir un poco si no te importa que hablemos mientras barro ¿Qué más deseas saber? – me preguntó, mientras comenzaba a barrer por una esquina.

Nuestras voces retumbaban en aquella sala amplia y oscura, de techos altos. Me acerqué a él, apoyándome en el bordillo de una mesa.

– Si te entiendo bien, para tener una verdadera claridad mental es necesario un estado de alta vibración – recapitulé -. Con él, nuestro mundo interior se convierte en algo así como un ecosistema muy evolucionado, donde solo florecen las emociones más sutiles.

– Así es. Y a la inversa también – dijo. – Cultivando las emociones más sutiles estamos construyendo el estado de alta vibración.

El hermano Juan me miró cálidamente y en silencio mientras barría. Satisfecho… Yo también le sonreí. Me pareció que podía estirar un poco más la conversación…

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*Daniel Álvarez es licenciado en Economía, con especialización directiva en IESE e Instituto de empresa. Tras una exitosa trayectoria de 14 años como directivo en el BBVA, en 2006 decide dar un giro para dedicarse por completo a su vocación: el desarrollo integral y profesional de las personas. Coach internacional por la ICC y Master Practitioner por la NLP University de Santa Cruz (California), es uno de los Trainers oficiales de la ICC en el mundo, colaborando habitualmente con Joseph O’Connor, Andrea Lages y otros maestros internacionales del coaching. Forma parte junto a Joseph y Andrea de ROI Coaching, desde donde realiza trabajos a nivel internacional. Editor del Observatorio Europeo del Coaching. Fundador del Instituto Ben Pensante, y conferenciante sobre Coaching, Negociación y Dirección de Personas, actualmente compagina su trabajo como Trainer oficial de coaches para España de la ICC, con el de coach de directivos y consultor de organización empresarial, trabajando para empresas como Unilever, Repsol y Finsa, entre otras.

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